martes, 7 de diciembre de 2010

Esquema de la poesía renacentista para 3º ESO

LA POESÍA RENACENTISTA DE FORMA ESQUEMÁTICA

Comentario de textos literarios para 4º ESO. Buenos apuntes

APUNTES PARA EL COMENTARIO DE TEXTOS LITERARIOS




INTRODUCCIÓN: Finalidad del Comentario de Textos

 Al conocimiento de la Literatura no se llega solamente mediante el estudio de su Historia. Ese estudio sería vano —se convertiría en una simple memorización de datos— si no fuera acompañado de otros modos de percepción: la lectura continuada de obras literarias y el comentario o explicación de textos.
Comentar un texto supone comprobar los datos conocidos a través del estudio de la Historia de la Literatura (características generales de un movimiento, estilo de un autor...), comprender con profundidad el texto literario en sus diversas implicaciones (autor-sociedad-estructura literaria-forma-contenido...) y descubrir los valores estéticos que lo justifican como creación artística.
Comentar un texto tiene como finalidad explicar qué es lo que el autor dice, cómo lo dice, justificando por qué lo dice así, y qué impresión produce.
Un texto literario (ya se trate de una obra completa —novela, cuento, comedia, poema...— o de un fragmento de la misma) es una unidad de comunicación con la finalidad de producir belleza, entendiendo por bello todo aquello que produce un placer espiritual. Es, además, desinteresado, porque no satisface más curiosidad que la de la contemplación (lectura); en esto se diferencia de lo útil o interesado, que nos sirve para un fin práctico [1].
Como unidad de comunicación literaria, no podemos disociar el contenido (lo que se expresa) de la forma (cómo se expresa). Contenido y forma no se dan del todo por separado ni en la mente del artista ni en la del lector; aparecen desde el principio indisolublemente unidos, de tal manera que los asuntos, personajes, imágenes... son fruto de una progresiva conformación. No podemos, pues, desglosar dos aspectos —contenido y forma— en nuestro comentario: la forma determina el contenido y viceversa.
Sabemos que no existe —no puede existir— un método o modelo único. Los resultados de un comentario de texto dependerán en cierta medida de la agudeza, conocimientos y aptitud del comentarista. Además, puede haber comentarios en los que predomine el enfoque gramatical, el sociológico, el ideológico, el estilístico... Pero sí es posible seguir un orden y partir de unos principios fundamentales para aplicar a cualquier texto literario... o, por lo menos, a la mayoría de ellos.
Lázaro Carreter y Correa Calderón [2] señalan dos riesgos para el que comenta un texto literario: la paráfrasis y el tomar el texto como pretexto. Hacer una paráfrasis supone limitarse a explicar lo que dice el texto con otras palabras con el fin de rellenar hojas con texto escrito —es decir, lo que el estudiante llama “enrollarse”—. El comentario no debe convertirse tampoco en un pretexto para demostrar unos conocimientos que se tienen, pero que no son útiles para explicar el texto. Veamos varios ejemplos:
El texto no debe servir como pretexto para explicar detalladamente la vida y obra de su autor. De la biografía, aparte de algunas notas generales, sólo nos interesará algún o algunos datos específicos, que determinen el texto. Así, al comentar la Égloga I de Garcilaso, podemos hacer referencia a su amor por Isabel Freyre, que parece ser determinante para el tema. Sin embargo, si comentamos la Canción V (Ad florem Gnidi), la referencia a su experiencia amorosa con la dama portuguesa no resultará pertinente.
El comentario métrico no tiene por qué ser una explicación técnica de la estrofa, señalando todos los casos de sinalefa, la posición de los acentos... si estos elementos no son determinantes para explicar otros aspectos del contenido. Bastará con una explicación general de la estrofa utilizada, señalando sus cualidades rítmicas —si son relevantes—, indicando, si es posible, el origen de la misma y el motivo de su elección por parte del autor.
Igual sucede con el análisis de la forma. Sobra decir, por ejemplo: “en el verso 6 hay una metáfora: cabellos de oro. La metáfora es un tropo que consiste en la identificación de un término real con otro término imaginario, basando tal identificación en una relación de semejanza. Los tipos de metáforas son:...”. El análisis de los elementos formales —por ejemplo, las llamadas figuras literarias— siempre estará en función de explicar el contenido del término y la sensación que produce en el lector, y en relación, además, con la intención del autor.
Repetimos que el comentario no es la exposición de contenidos teóricos.
Advertiremos de otro peligro muy frecuente. El comentario no puede convertirse simplemente en un inventario de figuras literarias, en una retahíla de metáforas, epítetos, aliteraciones... Sólo deben tenerse en cuenta aquellos aspectos estilísticos que nos ayuden a explicar el texto, atendiendo siempre a la justificación de su uso y a la impresión que producen.
Por último, una consideración necesaria: la facilidad en el comentario sólo se consigue mediante la reflexión y la práctica. La atención a la explicación de clase, las intervenciones de nuestros compañeros, el posible debate o la simple discusión de una opinión, han de ser tenidos muy en cuenta y, casi siempre, deben ser anotados. El método que proponemos sólo pretende ser una ayuda en ese camino, un esquema que le dé al alumno un primer “sistema”, de modo que el comentarista no se quede solo ante el texto, sin saber qué es lo que debe hacer en cada momento

 

EL MÉTODO

Comprensión del Texto

 Antes de iniciar el análisis es preciso leer con rigor y profundidad el texto, intentando percibir sus valores literarios. En esta etapa previa se trata de entender el texto, teniendo presente que es el resultado de una combinación y selección, con intención estética y con predominio de la connotación sobre la denotación. Se debe interpretar su estructura artística y tratar de explicar, racionalmente, la reacción que produce su lectura. Hay que leer varias veces el texto, hasta estar seguros de haber desentrañado su sentido literal y connotativo. Es conveniente ir anotando al margen las dificultades lingüísticas, técnicas, culturales, que nos plantea el texto y resolverlas sucintamente, lo que nos será después de gran ayuda. Si es necesario, deberá hacerse uso del diccionario, así como de un manual de Gramática y los libros de consulta necesarios (Historia de la Literatura, Retórica...). Al finalizar esta primera fase, hemos de estar seguros de que no ha quedado ninguna duda léxica, sintáctica, cultural... sobre el texto que vamos a comentar.

Localización del Texto

Localizar un texto es establecer su situación en unas coordenadas precisas, teniendo en cuenta las distintas relaciones que determinan dicho texto. Debemos acotar el texto en dos planos: como texto literario en sí, independientemente de su situación histórica; y como obra inserta en la Historia de la Literatura, con todas las incidencias que esto conlleva.

Su caracterización como texto literario. Hay que precisar:

a)              El género literario a que pertenece (lírica, épica, dramática).
b)              El subgénero, si es posible (novela, cuento, comedia, égloga, elegía, oda...) [3].
c)               La forma literaria: prosa o verso.

Como obra inserta en la Historia de la Literatura:

a)              Autor, obra, periodo, movimiento o escuela literaria, fecha...
b)              Características generales de la época, movimiento... a que pertenece el texto. Solamente hay que mencionar aquellas que influyen directamente en el mismo.
c)               Particularidades del autor en lo que atañe al texto. Momento de esa obra en la producción del autor y características derivadas de ello.
d)              Rasgos más destacados del texto y de la obra a la que pertenece. Cuando se trate de un fragmento de una obra mayor, se han de indicar las características derivadas del lugar que ocupa en la estructura de dicha obra.
e)              Fuentes e influencias que se manifiestan en el texto.

Relación autor-texto

 Antes de analizar el texto, es necesario precisar la disposición del autor ante la realidad y su actitud o punto de vista. Se trata de estudiar el modo en que el autor interviene en su texto, como escritor y como persona. Nos interesa lo que podríamos llamar técnica del autor y su implicación psicológica en el texto; establecer el modo en que el autor se sitúa ante la realidad y los procedimientos que adopta, conscientemente, para transmitir su mensaje.

Disposición del autor ante la realidad.

Si nos situamos en la oposición objetividad /subjetividad podrían darse los siguientes casos:
 Realismo: significa fidelidad a la realidad, o cuanto menos, a lo verosímil. Se opone al
Idealismo: el autor transforma la realidad destacando aquellos elementos y cualidades que pueden alterar la realidad para embellecerla o deformarla.
 Disposiciones más concretas que se oponen o matizan el realismo y el idealismo, y que pertenecen a tendencias literarias determinadas podrán ser: el naturalismo, el simbolismo, el surrealismo, el expresionismo, el impresionismo, el esperpento, etc.
También podríamos establecer otras oposiciones; por ejemplo, entre disposición racional e intelectual frente a una postura emocional o afectiva, y también entre actitud lógica-realista frente a otra imaginativa-fantástica. La manera irónica supone, quizá, un mayor grado de madurez literaria y de distanciamiento, en cuanto a que hay una discrepancia entre lo aparente y lo real, entre lo que se dice y lo que se da a entender. Es una forma de no simplificar o reducir el juicio del autor ante lo que realmente sucede.

Actitud o punto de vista del autor (según el género del texto)
 En un texto lírico, predomina la actitud subjetiva. El autor interviene en la realidad que describe (un paisaje, sus sentimientos...). Su actitud subjetiva (interna) puede combinarse a veces con cierta objetividad.
 En un texto narrativo, suele predominar la actitud objetiva (externa), aunque se pueden identificar distintas disposiciones, por lo que podemos distinguir sendos tipos de narrador [4]:
   Narrador omnisciente: El narrador actúa con un conocimiento completo de todo: sentimientos, pensamientos, acontecimientos, situaciones... Presenta a los personajes en tercera persona y describe todo lo que éstos ven, oyen, sienten... e incluso circunstancias en las que no hay presente ningún personaje. El narrador puede tomar una actitud objetiva o subjetiva. Tradicionalmente, ha sido la forma habitual en la novela. Emplea la tercera persona.
      Narrador objetivo: El narrador procede como si observara los hechos, ajustándose a éstos como un observador imparcial. No puede adentrarse en el mundo interior de sus personajes. Esta actitud no es muy frecuente y suele darse sólo en fragmentos más o menos extensos de una obra narrativa. Utiliza la tercera persona.
     Narrador testigo: Es un personaje secundario o un testigo de los hechos que no participa directamente en la acción. Utiliza la primera persona en combinación con la tercera.
     Narrador protagonista: El personaje central, en primera persona, cuenta su propia historia. Pueden coincidir el autor y el narrador (autobiografía) o no (por ejemplo, en la novela picaresca).
     Segunda persona narrativa: El narrador se dirige en un ficticio diálogo a un personaje ausente, al lector o a sí mismo (monodiálogo).

 En un texto dramático: Predomina la acción y el diálogo, por lo que el autor se distancia. Sin embargo, en el teatro el autor puede adoptar también puntos de vista distintos con relación a sus personajes. Veámoslo en la particular explicación de Ramón del Valle-Inclán:

[...] creo que hay tres modos distintos de ver el mundo artística o estéticamente: de rodillas, en pie o levantado en el aire. Cuando se mira de rodillas —y ésta es la posición más antigua en literatura—, se da a los personajes, a los héroes, una condición superior a la condición humana, cuando menos a la condición del narrador o del poeta. Así, Homero atri­buye a sus héroes condiciones que en modo alguno tienen los hombres. [...] hay una segunda manera, que es mirar a los protagonistas [...] como de nuestra naturaleza, como si fuera el personaje un desdoblamiento de nuestro yo, con nuestras mismas virtudes y nuestros mismos defectos. Esta es indudablemente la manera que más prospera. Esto es Shakespeare [...]. Y hay otra tercera manera, que es mirar el mundo desde un plano superior y considerar a los personajes de la trama como seres inferiores al autor, con un punto de ironía. Los dioses se convierten en personaje de sainete. Esta es una manera muy española, manera de demiurgo, que no se cree en modo alguno hecho del mismo barro que sus muñecos.

 El autor tiene una visión del mundo que nos transmite mediante su obra. El texto presenta un sentido, una intencionalidad. Establecer el tema es delimitar la idea central que origina y da sentido al texto. Hay que prescindir de los datos anecdóticos y concretos. Debe precisarse:
 El tema o idea central.
 Características del tema (tradicional o innovador, moral, amoroso, social...).
 Si es un tópico literario (carpe diem, ubi sunt...), debe explicarse y justificar en relación con el periodo literario en que se localiza el texto.
 Si es un tema habitual del autor o de la corriente literaria a que pertenece.

Determinar la estructura del texto no es resumirlo o reducirlo a su argumento, aunque esto puede hacerse previamente si se cree necesario —por ejemplo, si el texto es de difícil interpretación—. Por estructura entendemos la organización del texto en unidades (partes) relacionadas entre sí. Se trata, por lo tanto de definir claramente las partes en que se divide el texto y el tipo de relación que se establece entre ellas [5].
En un texto de extensión “normal” (entiéndase, de los que pueden ser utilizados en clase para trabajar sobre ellos), las partes son poco numerosas. El tema principal puede distribuirse en los distintos apartados o sintetizarse en uno de ellos. También hay que tener en cuenta que en un poema más o menos extenso, los apartados del contenido pueden o no coincidir con las distintas estrofas. Obsérvese en los siguientes poemas, cómo las dos partes de un contenido muy similar dan lugar a una estructura equilibrada (en el primero) o condensada (en el segundo):

En tanto que de rosa y de azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
enciende el corazón y lo refrena;

y en tanto que el cabello, que en la vena
del oro se escogió, con vuelo presto
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena:

coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre.

Marchitará la rosa el viento helado,
todo lo mudará la edad ligera
por no hacer mudanza en su costumbre
.

Garcilaso de la Vega: Soneto XXIII 
Mientras por competir con tu cabello,
oro bruñido, el sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio, en medio el llano,
mira tu blanca frente el lilio bello;

mientras a cada labio, por cogello,
siguen más ojos que al clavel temprano,
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello;

goza cuello, cabello, labio, frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,

no sólo en plata y viola truncada
se vuelva
, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

Luis de Góngora: Soneto
 Un texto literario supone una unidad de intención. El contenido, la significación del texto, es inseparable de lo que solemos llamar forma. El escritor, para elaborar su texto, emplea unos componentes (sonidos, ritmos, palabras, formas y estructuras gramaticales...) que son comunes a la casi totalidad de los hablantes de su lengua. Sin embargo, el texto literario es el resultado de un uso muy peculiar de la misma. Las diferencias entre un texto no literario y otro que sí lo es radican en la forma específica de éste para crear un mundo mediante la palabra con normas distintas a las del uso normal de la lengua. Así, consideramos el texto literario como el resultado de un uso artificial [6] del lenguaje.
La finalidad de la literatura es esencialmente estética; es decir, pretende producir belleza. El texto literario se caracteriza, entre otras propiedades, por:
 Predominio de la función poética del lenguaje: el texto llama la atención por sí mismo, por su original construcción, que lo distingue —como hemos dicho— del uso normal, para así dotarse de especial y nueva significación.
 Por la connotación, que es especialmente relevante: la palabra poética no se agota en un solo significado; no es, como en el lenguaje común, simple sustituto del objeto al que se refiere, sino que su significado se ve acompañado de distintas sugerencias y sentidos que sólo pueden apreciarse en su contexto.
Como conclusión, señalamos que es imposible separar qué es lo que dice el autor (el contenido, la significación) de cómo lo dice (la forma), aunque esta división pueda ser útil en determinadas ocasiones como recurso metodológico. El comentario de texto consiste en justificar cada rasgo formal como una exigencia del contenido, o desde un enfoque complementario, el contenido como resultado de una determinada elaboración formal.
También por razones metodológicas, podemos analizar los rasgos formales del texto literario en tres apartados, dependiendo del plano de la lengua al que afectan: nivel fónico, nivel morfosintáctico y nivel léxico-semántico, aunque hay que tener en cuenta que algunos de dichos rasgos interrelacionan los distintos planos.

 Los recursos expresivos son muchos y variados. Aconsejamos —en caso de que nos encontremos ante un texto en verso— comenzar por el análisis métrico. Tras explicar el tipo de estrofa y versos utilizados, es conveniente intentar justificar su uso en función del tema tratado o de las posibles influencias recibidas por el autor. Si se considera suficientemente significativo debe comentarse el ritmo acentual [7].
 Las figuras que afectan al plano fónico son, fundamentalmente, los distintos tipos de reiteraciones fónicas (aliteración, onomatopeya, paronomasia...). Se atenderá especialmente a los efectos rítmicos que producen y a la significativa distinción de las palabras que intervienen en estos efectos.

Se refiere al uso de las palabras como categorías gramaticales (sustantivo, adjetivo, verbo...) y a su combinación sintáctica. Las principales cuestiones a tener en consideración son:
 Estilo nominal / Estilo verbal: Es importante hacer notar en el comentario si domina el estilo nominal o el estilo verbal; es decir, si predominan los elementos constituyentes del sintagma nominal (nombres, adjetivos, determinantes) o del sintagma verbal (verbos, adverbios), teniendo en cuenta que en el uso normal de la lengua el uso los nombres es mayor que el de los verbos.
  Estilo nominal: Si destaca el uso del nombre predomina el estatismo sobre el dinamismo, la frase suele ser más larga, el ritmo más lento. Relacionado con el nivel semántico, hay que destacar si en la significación de los nombres sobresalen claramente los concretos (preeminencia de la objetividad) o, por el contrario, existe una relativa abundancia de los abstractos (en este caso, el texto es fundamentalmente conceptual, lógico; o bien, predomina la subjetividad del hablante). Se tendrá también en cuenta el posible empleo de los afijos, especialmente sufijos de carácter subjetivo (afectivos, despectivos...).
 Especial interés presenta el estudio del adjetivo. Es uno de los elementos embellecedores de la lengua literaria más importante, por lo que hay que prestarle el mayor interés: valora subjetivamente, clasifica, transforma la realidad, destaca una cualidad sobre las demás... Interesará básicamente el epíteto [8], es decir, el adjetivo con valor explicativo. Según su valor expresivo pueden ser propios o constantes, accidentales, metafóricos, sugestivos, dinámicos, estáticos... Su anteposición al nombre subraya su calidad significativa. Un caso especial es la sinestesia, que aporta una cualidad que el nombre no admite objetivamente.
  Estilo verbal: Si hay abundancia de verbos, el texto es dinámico, narrativo. Habrá que tener en cuenta los rasgos significativos privativos del verbo, especialmente el modo y el aspecto. La abundancia de formas del subjuntivo denota algún tipo de subjetividad que habrá que precisar, por oposición al modo indicativo propio de la objetividad. El aspecto perfecto es propio de la narración, ordenando temporalmente las acciones, mientras que con el uso del imperfecto éstas se difuminan en el tiempo sin ofrecer precisión cronológica, por lo que es más descriptivo que narrativo.
 Orden de los elementos de la oración. Predominio del orden lógico (claridad) frente al hipérbaton, que destaca subjetivamente algún elemento de la frase al sacarlo de su posición habitual.
 Tipo de oración. La oración simple revela sencillez y claridad, mientras que el uso frecuente de la oración compleja, especialmente de la subordinación, es indicativo de complejidad y elaboración intelectual.
 Entre las figuras que afectan al plano morfosintáctico, destacamos: las supresiones (elipsis, asíndeton...), las reiteraciones (derivación, políptoton, polisíndeton...) y los distintos tipos de paralelismo.

Como dijimos anteriormente, los niveles de la lengua están fuertemente interrelacionados, por lo que no hemos podido, evidentemente, obviar en los anteriores apartados el análisis de la significación. Sin embargo, debemos detenernos en determinados recursos estudiados por la semántica cuya aparición y función en el texto es substancial.
 La frecuencia de determinados tipos de palabras, su selección, la riqueza léxica... son elementos importantes a considerar en el comentario de textos, así como las características del léxico utilizado en razón de su origen literario, procedencia lingüística y medio social: arcaísmos, cultismos, neologismos, barbarismos, casticismos, vulgarismos...
 Los valores contextuales, la connotación y los fenómenos semánticos como la homonimia, la polisemia o la antonimia pueden tener particular relevancia.
 Especial estudio y detenimiento merecerán en nuestro comentario los tropos (metáfora, metonimia y sinécdoque, imagen, símbolo y alegoría). 

 Al acabar nuestro comentario, es conveniente cerrarlo con un resumen lo más breve posible de aquellos aspectos que más nos hayan llamado la atención por su fuerza expresiva, por la originalidad o novedad de su tratamiento temático, por la representatividad de sus formas y contenidos en relación con el autor, la época, el movimiento literario... Se trata de sintetizar las ideas esenciales de nuestro comentario. No debemos confundir esto con una valoración personal apoyada sólo en gustos estéticos particulares, que son esenciales para el disfrute de la obra literaria, pero que aquí no son revelantes.

El Quijote de la Biblioteca Nacional en formato digital, una joya

El Quijote en formato digital en edición antigua

jueves, 2 de diciembre de 2010

Curso de andaluz, para proteger lo nuestro (con mucho humor)

Aquí os dejo un video gracioso sobre el dialecto andaluz. Muy simpático

El origen de las letras del abecedario

Si tenéis un poco de tiempo y sentís curiosidad por las letras de nuestro abecedario aquí tenéis un archivo que nos habla del origen de nuestras letras. Algunas son bastante curiosas. Aquí lo tenéis:



Nuestro alfabeto



Jeroglífico egipcio
que dio origen a la
letra A.
La palabra Alfabeto es de origen griego formada a partir del nombre de las dos primeras letras de su abecedario (el griego) alpha y beta. El alfabeto es una serie de signos escritos que cada uno representa un sonido o más de uno que se combinan para formar todas las palabras posibles de una lengua dada.
El alfabeto trata de representar cada sonido por medio de un solo signo, lo que se consigue pocas veces, excepción hecha del coreano (que es el más perfecto) y, en menor grado, de los silabarios japoneses. Los alfabetos son algo distinto a los silabarios, pictogramas e ideogramas.
En un silabario un solo signo representa una sílaba (secuencia de fonemas, entre dos y cuatro, que se emiten sin pausa).Por ejemplo, el japonés posee dos silabarios completos — el hiragana y el katakana — inventados para complementar los caracteres que poseían de origen chino. Un sistema pictográfico representa por medio de dibujos los objetos que así lo permiten, por ejemplo, el dibujo de un sol significa la palabra sol. Un sistema ideográfico emplea la combinación de varios pictogramas para representar lo que no se puede dibujar, como las ideas y los verbos de significación abstracta. Así si se combinan los pictogramas chinos sol y árbol representan la palabra del punto cardinal Este. Casi todos los alfabetos poseen entre veinte y treinta signos, aunque el rokotas, de las islas Salomón, sólo contiene once letras, mientras que el khmer cuenta nada menos que con setenta y cuatro letras.
Los primeros sistemas de escritura son de carácter pictográfico, ideográfico o una combinación de los dos; entre éstos están la escritura cuneiforme de los babilonios y los asirios, la escritura jeroglífica de los egipcios, los símbolos de la escritura china, japonesa y los pictogramas de los mayas. Lo que distingue a estos sistemas de un silabario o de un alfabeto es que el signo deja de representar un objeto o una idea y pasa a representar un sonido.

Normalmente, el sonido es el sonido inicial de la palabra hablada indicada por el pictograma original. Así en el semítico temprano, un pictograma que representaba una casa, pasó a ser la escritura de la b, primera letra de la palabra beth que en este idioma es como se decía casa. El símbolo primero significó casa, luego la idea del sonido b y más tarde es la letra b, tal y como ha llegado al alfabeto español.
Alfabeto del semítico septentrional
Por lo general se admite que es el primer alfabeto que se conoce y surgió en lo que hoy es Siria y Palestina entre el 1700 a.C. y el 1500 a.C. Se le denomina semítico septentrional y aparece como una combinación de los símbolos cuneiformes y jeroglíficos; algunos signos podrían proceder de otros sistemas emparentados con ellos como la escritura cretense e hitita. El alfabeto semítico sólo tenía 22 consonantes. Los sonidos de las vocales había que sobreentenderlos porque estaban predeterminados. Los alfabetos hebreo, árabe y fenicio tienen este origen y en la actualidad tanto el alfabeto hebreo, que posee 22 caracteres, como el árabe, que posee 28, están basados en este modelo, por lo que carecen de representación para sus vocales, que se pueden indicar por medio de unos puntos y rayas que se colocan encima, debajo o junto a la consonante. La escritura se realiza de derecha a izquierda.
Muchos estudios llegan a la conclusión de que en torno al año 1000 a.C. habían aparecido cuatro ramas derivadas del alfabeto semítico septentrional: la escritura semítica meridional, la cananea, la aramea y la griega. Sin embargo, otros estudios establecen que la escritura semítica meridional y la septentrional tienen un origen común, antecedente de las dos. El semítico meridional ha sido el antecedente de los alfabetos de las lenguas ya desaparecidas que se hablaron en la península de Arabia, y de las actuales lenguas de Etiopía. La escritura cananea se escindió en dos tipos y dio lugar a la escritura más antigua del hebreo y el fenicio, mientras la escritura aramea tuvo una enorme importancia porque sirvió de base a otros alfabetos semíticos y no semíticos que utilizaron las lenguas de Asia occidental. El grupo no semítico ha servido para la aparición de los alfabetos de todas las lenguas de la India; en tanto que del alfabeto semítico procede el alfabeto hebreo de caracteres rectangulares, que sustituyó al antiguo y se convirtió en el prototipo de la escritura hebrea moderna.
Alfabetos griego y romano
Entre los años 1000 y 900 a.C. los griegos habían adoptado la variante fenicia del alfabeto semítico y a sus 22 consonantes habían añadido dos signos (en algunos dialectos varios signos más), sin contar unos caracteres con los que representaron las vocales. Después del año 500 a.C. el griego ya se escribía de izquierda a derecha. Su alfabeto se difundió por todo el mundo mediterráneo y de él surgen otras escrituras como la etrusca, osca, umbra y romana. Como consecuencia de las conquistas del pueblo romano y de la difusión del latín, su alfabeto se convirtió en el básico de todas las lenguas europeas occidentales.
Alfabeto cirílico
Hacia el año 860 d.C. unos religiosos griegos que vivían en Constantinopla evangelizaron a los eslavos e idearon un sistema de escritura conocido por el alfabeto cirílico por el nombre de uno de sus creadores, san Cirilo, apóstol de los eslavos. Procede este alfabeto, como el romano, del griego y la escritura del siglo IX toma como base el estilo uncial. No obstante, para reproducir determinados sonidos que existían en el eslavo se crearon algunos caracteres que no existían en griego. Las variantes del alfabeto cirílico son las escrituras que corresponden al ruso, ucraniano, serbio y búlgaro, pero no es al caso polaco, checo, eslovaco o eslovenio, que se escriben en caracteres procedentes del alfabeto romano. Peculiar es el caso de una lengua de los Balcanes, que los serbios escriben en caracteres cirílicos y los croatas lo hacen en caracteres latinos.
Alfabeto árabe
También tiene su origen en el semítico y quizá surgiera en torno al siglo IV de nuestra era. Lo emplearon las lenguas persa y urdu, a su vez es la escritura que emplea todo el mundo islámico: el Próximo Oriente, algunos países asiáticos, africanos y del sur de Europa. El árabe se escribe con dos modalidades, la cúfica, de tipos más rígidos, delineados y fijos que se atestigua hacia finales del siglo VII, y la násquica, forma cursiva, antecedente de la escritura árabe moderna. Prácticamente carece de vocales, como el alfabeto hebreo: de las 28 letras que posee, únicamente tres se emplean para las vocales largas, las demás vocales se representan por medio de marcas diacríticas. La cuestión que se plantea consiste en saber si proceden del alfabeto semítico los diversos alfabetos de la India y los del Sureste asiático, o si por el contrario se trata de formas autónomas. Uno de los más interesantes y difundidos, el devanagárico en el que se escribe el sánscrito, y otras lenguas de la India, es una combinación ingeniosa entre el silabario y el alfabeto. Sea cual sea el origen del alfabeto devanagárico, lo que si parece es que ha sido el antecedente de otras escrituras como la del bengalí, tamil, telugu, cingalesa, birmana, y siamesa o taí.
Alfabetos artificiales
La mayoría de los alfabetos de los que trata el presente artículo son formas que proceden de otros más antiguos. Sin embargo, existen otros que son creaciones un tanto artificiales para proporcionar un mecanismo gráfico a los pueblos que no tenían forma escrita de su lengua y que la conservan oralmente, en ese caso no son evoluciones propias, sino que aceptan alfabetos de origen foráneo. Ése es el caso del armenio, alfabeto que inventó san Mesrob en el año 405 y que todavía está vigente. Otro caso es el silabario del cherokee inventado en 1820 por el jefe indio Secuoya. Algo después los misioneros crearon también otros silabarios para las lenguas indígenas americanas, cuyo origen era el alfabeto romano y el cirílico para las tribus asentadas en el noroeste estadounidense.
Modificaciones de los alfabetos
Cualquier alfabeto sufre modificaciones a lo largo de los tiempos por el empleo que de él hacen sus usuarios. Ello es especialmente claro respecto al número de caracteres y de las marcas diacríticas que necesita, como los acentos, tildes o puntos y que combina con los ya existentes para expresar las modificaciones de los sonidos a través de los tiempos. Por ejemplo la letra c en francés, portugués y turco se combina con una marca diacrítica que se llama cedilla ç para representar una s predorsal sorda ante a, o, en portugués y francés. También existió en español pero hoy ha desaparecido la letra porque no existe el sonido; en tanto que en turco la ç tiene un sonido próximo a la ch del español, combinación que se emplea en español a partir del siglo XV para el sonido /ch/ alveolar africado sordo. La letra ñ es una combinación surgida de la escritura cursiva en la edad media como abreviatura de dos nn seguidas, que representaban el sonido que hoy tiene esa letra. Otras lenguas mantienen para ese mismo sonido otras escrituras diferentes, como ny para el catalán y provenzal, nh para el gallego y el portugués, gn para el francés, italiano e inglés, por citar algunos casos próximos al español. No siempre la misma letra representa el mismo sonido, pues aunque los alfabetos tengan el mismo origen (el romano en el caso de los ejemplos que acaban de citarse), las lenguas han evolucionado en su uso oral más rápidamente que en la escritura puesto que ésta es más conservadora.
Las divergencias profundas entre la lengua escrita y la oral han impulsado en muchos casos la reforma de la escritura.
Orígenes de las letras del afabeto **
El siguiente resumen explica brevemente el orígen de cada una de las letra de nuestro actual alfabeto. En la lista de letras puedes dar un clic sobre la que te interesa:
A, primera letra y primera vocal del alfabeto español y de la mayoría de los alfabetos de las lenguas indoeuropeas. Al parecer su forma se originó en un jeroglífico egipcio de escritura hierático-cursiva que representaba la cabeza del dios Apis. Se tiene noticia de que su primer nombre era ahom.
Los fenicios llamaron a esa letra alph (‘buey’), por su remoto parecido con la cabeza y los cuernos de ese animal. Los hebreos la llamaron aleph. En el antiguo alfabeto griego se convierte en la letra alfa; ésta, a su vez, pasa a ser la letra A del abecedario romano cuya forma y valor se perpetuaron en todos aquellos alfabetos que se derivaron de él.
En la actualidad la a del español representa el sonido que se produce al abrir la boca, separar los labios para dejar pasar el aire y colocar la lengua ligeramente curvada y apoyada en el hueco de la mandíbula inferior, mientras vibran las cuerdas vocales. Así suena la a de ‘mamá’, ‘cuál’, y ‘par’, que apenas mantiene diferencias apreciables con su pronunciación en los distintos países que hablan esta lengua.

B, segunda letra y primera consonante del alfabeto español; existe un signo equivalente que ocupa el mismo lugar en los alfabetos griego, hebreo y árabe entre otros. Su nombre es be. Actualmente se usa el nombre griego de la b, beta, (del fenicio beth) para formar la palabra ‘alfabeto’. Los fenicios formaron esta letra a partir de la representación de una grulla de un jeroglífico egipcio, pero la llamaron beth, "casa".
Podemos esbozar la evolución del signo de la siguiente manera:
Evolución de la letra B
La letra b de ‘cabeza’, ‘bruma’ o ‘Bogotá’ representa el sonido que se produce al juntar los labios, para provocar una implosión en la salida libre del aire por la boca, cerrando el velo del paladar y haciendo vibrar las cuerdas vocales. En español, no existen grandes diferencias de pronunciación de esta consonante y sólo se hace muy breve cuando va en posición final de palabra como en "club". En algunas zonas de España y en países americanos, como México, se distingue el sonido que representa la letra b con el que representa la letra v.


C, tercera letra del alfabeto español y de las lenguas romances. Su nombre es ce. El signo procede de la C latina, al redondear la letra griega G, gamma, que se derivaba de un símbolo fenicio llamado gimel o camello, éste a su vez procedía de un símbolo egipcio.
La c del latín arcaico se pronunció de dos modos, uno semejante al actual ga, gue, gui, go gu, que desapareció en la época clásica, y el otro el equivalente a ca, y su serie, que se transmitió a las lenguas románicas. Desde el siglo XVI la letra c representa en español dos sonidos: El primero es el de ‘cama’, ‘copa’, ‘cuna’, ‘clima’ y ‘cráneo’. Aparece en todos los pueblos que hablan español.
Se produce al aproximar la parte posterior de la lengua al velo del paladar y al hacer salir el aire por medio de una pequeña implosión, y sin que vibren las cuerdas vocales. Este sonido es el que tiene la letra c ante las vocales a, o, u, ante las consonantes l y r y en las zonas no seseantes cuando lleva una consonante detrás, como en la palabra ‘pacto’.
El otro sonido es z, que se produce al aproximar la parte anterior de la lengua a los incisivos superiores, al hacer salir el aire rozando por esa barrera y cerrar el velo del paladar sin que vibren las cuerdas vocales; es el correspondiente a la c de ‘cena’ y ‘cine’. En casi todos los países americanos que hablan español y en algunas zonas de España, la c de ‘cena’ y de ‘cine’ tiene el mismo sonido que la s. A esa forma de pronunciar la c se la conoce como seseo.

En español la letra c se combina con la letra h para formar el dígrafo ch, que se lee como che. Representa el sonido producido por el contacto de los bordes de la lengua con los del paladar, juntándose primero y separándose después, el aire sale pasando por esa barrera, rozando y explotando, se cierra el velo del paladar y no vibran las cuerdas vocales. Este signo es el de palabras como ‘chocolate’ y ‘corcho’, con algunas variedades dialectales en los diversos países que hablan español.

D, cuarta letra de los alfabetos que proceden del griego y del latín. Su nombre es de. Tuvo su origen en un jeroglífico egipcio que representaba una mano. Cuando los fenicios adoptaron este signo, recibió el nombre de daleth (‘puerta’) por su parecido con la abertura de una tienda de campaña. Semejante parecido se puede apreciar en la letra griega D, cuyo nombre delta, se deriva de daleth. En español, el sonido d se produce al apoyar la punta de la lengua en los incisivos superiores, formando así una barrera por la que pasa el aire produciendo una pequeña explosión, mientras vibran las cuerdas vocales. Es el sonido de ‘dedo’ y ‘drama’. Apenas existen ligeras variaciones en el área del español. Sólo existe una pronunciación relajada cuando está en posición intervocálica, como en ‘sobrevolado’, y en el final de palabras como ‘Madrid’; en esta posición puede convertirse en otros sonidos por razones dialectales

E, quinta letra y segunda vocal, la más frecuente, del alfabeto español. Su nombre es e. Su forma, sin alteración alguna, procede de la quinta letra del alfabeto romano clásico, que era una adaptación de la letra griega epsilon (E, e). La letra griega se derivó de la semítica he, , que a su vez era el desarrollo de un jeroglífico egipcio Y, origen último de la letra.
La e representa un sonido que se pronuncia abriendo la boca menos que para pronunciar a, elevando y curvando ligeramente la lengua hacia la parte anterior del paladar y estirando levemente los labios hacia los lados. Actualmente en español no existen diferencias apreciables en la pronunciación de la e, que adquiere nasalidad en contacto con una consonante nasal, como en ‘ven’, ‘menta’ y ‘peña’; se relaja, pero nunca se hace muda en posición final no acentuada, como en ‘cómplice’.

F, sexta letra y cuarta consonante del abecedario actual español y de los alfabetos latino y griego antiguos. Su nombre es efe. En griego era digamma, por su parecido con dos gammas mayúsculas que estuvieran superpuestas, y era la letra griega para el sonido G Sus formas fueron F, f, F, o ƒ, y su pronunciación se parecía al sonido actual de la letra inglesa W en ‘Washington’. Finalmente la lengua latina asignó a la letra v ese sonido w y la letra f pasó a representar el mismo sonido que tiene en español, como en la palabra ‘fin’. Se produce al poner en contacto los incisivos superiores con el labio inferior, formando un paso estrecho para el aire, que pasa rozando, al bajar el velo del paladar y sin vibrar las cuerdas vocales.

G, séptima letra del alfabeto español y de otros alfabetos procedentes del latín. Su nombre es ge. La mayúscula o capital G se deriva de la letra C del latín, que procede a su vez de la letra griega G gamma, que se trazó redondeada a partir del siglo VII a.C. La letra latina c representó a la vez los sonidos, g y k hasta el siglo III a.C., que fue cuando se modificó el carácter para llevar a cabo la distinción del sonido g . Una vez realizada la diferencia, la nueva letra ocupó el lugar que tenía en el alfabeto griego la Z, pero no se usó en latín. La minúscula moderna g evolucionó a partir de una forma que surgió en el siglo VII.
En español, esta letra representa dos sonidos: uno ante a, o, u, que se produce al poner en contacto la parte posterior de la lengua con el paladar blando, produciendo una barrera que atraviesa el aire para salir formando una pequeña explosión; las cuerdas vocales vibran. este sonido es el de la g en ‘gato’, ‘cargo’, ‘Paraguay’. También tiene ese sonido cuando lleva detrás una consonante, como en ‘gracias’. El otro sonido es el que representa la g cuando va delante de e o de i, que es como la j del castellano, en ‘gente’ y ‘girar’. Se escribe una u muda entre la letra g y las vocales e, i, para que tengan el mismo sonido sonoro que ante a, o, u y consonante como en las palabras ‘sigue’ y ‘siguiente’.

H, octava letra del alfabeto español y de otros alfabetos procedentes del latín. En español se llama hache. La letra procede de la semítica H, cheth, que representaba tanto en el alfabeto griego como en el latino un sonido aspirado parecido al que existe en árabe o en inglés. En el latín hablado, poco a poco, fue desapareciendo la aspiración o degradándose. Se mantuvo como letra escrita para representar algunos sonidos del griego, como el espíritu áspero. También se combinó con algunas letras para reproducir sonidos aspirados procedentes de otras lenguas. Como resultado de todo ello, la letra h pasa a ser muda en las lenguas románicas. En castellano la letra h se mantiene muda y su aspiración es propia de algunas variedades dialectales. Se combina con el signo c para formar la ch, dígrafo que tiene un sonido palatal, como en ‘choque’. Es una letra muda en otras lenguas. La letra h se combina con otras consonantes en dígrafos para representar varios sonidos consonantes: así ch en francés o portugués, que suenan como sh del inglés; lh y nh del portugués suenan como ll y ñ del español.
I, novena letra y tercera vocal de los alfabetos español, griego y romano. Los griegos la llamaron iota a partir de su nombre semítico, yodh,que significa ‘mano’, procede de la forma que tenía este signo en el alfabeto hierático egipcio; éste evoca algún parecido con una mano que tuviera el pulgar estirado y separado. El punto que lleva la i minúscula se empezó a usar con carácter general en el siglo XI. Originariamente fue un acento, que sirvió primero para indicar la existencia de una vocal larga y más tarde para distinguir las dos íes, i i, escritas de la u, así como para marcar la letra i en las combinaciones iu e ui.

J, décima letra y séptima consonante del alfabeto castellano. Su nombre es jota, porque surge de la letra griega iota. Es la última letra incorporada al alfabeto y a la lengua escrita. El signo J apareció primero en el abecedario romano, y a veces se utilizaba para indicar el carácter largo de la vocal i , pero otras veces se usaba sencillamente como una I mayúscula. En la edad media inicialmente su forma alargada (J) se usó con carácter ornamental muy a menudo, así como en la escritura de cifras . Hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XVII no se utiliza la j inicial. Tuvo que pasar casi siglo y medio para que apareciera regularmente impresa en los libros europeos. Por lo tanto, mucho después de la invención de la imprenta la j no era más que una mera variación caligráfica de la i. En latín y en español antiguo podía tener el valor de una vocal o de una semivocal, así como mostraba un uso restringido de su función como consonante en cualquier posición de una palabra. Eso explica las variaciones ortográficas que aparecieron en dos palabras del español bien conocidas: México / Méjico y Quixote / Quijote.
En el español moderno esta letra representa el sonido que se produce al aproximar la parte posterior de la lengua, que está curvada, al velo del paladar, al dejar pasar rozando el aire por esa interrupción y sin vibrar las cuerdas vocales, como en las palabra ‘caja’, ‘rojo’, ‘Julio’.
Existe un sonido relajado de la j en posición final de palabra como en ‘reloj’.

K, undécima letra del alfabeto español. Aparece con su forma actual en el alfabeto romano, como correspondiente de la letra griega kappa, de la que procedía; ésta a su vez tenía su origen en un jeroglífico egipcio. En el alfabeto español se introdujo sólo para transcribir términos procedentes de otras lenguas, como kilómetro o kilowatio, palabras de origen griego; krausismo de origen germánico; kermés galicismo; kárate procedente del japonés o kurdo. La Real Academia Española suele permitir en muchos casos que se escriba con c o qu siempre que sea posible, cosa muy extendida en toda América. Sin embargo, mantiene la escritura de esta letra en los nombres propios de origen extranjero como Kant, Keppler, Okinawa o Kelvin.
En español, representa un fonema consonante velar oclusivo y sordo, idéntico al que representan las grafías qu, ante e, i, y c ante las vocales a, o, u. Este mismo sonido parece ser el más universal que corresponde a esta letra. Existe una k muda en inglés si va en posición inicial y seguida de n como en know.

L, duodécima letra del alfabeto español. Su nombre es ele. En latín apareció primero la forma L de la letra mayúscula, procedente de la letra griega lambda. Esta a su vez tenía su origen en un jeroglífico egipcio.
En español el sonido de la l se describe fonéticamente como una consonante alveolar lateral, que se produce al apoyar la punta de la lengua contra los alvéolos o las encías y dejar pasar el aire por los lados de esa barrera. Así se pronuncia en términos generales la l de ‘lado’, ‘mal’ y ‘doble’.
En español existe un dígrafo constituido por dos eles seguidas, ll, que representan el sonido de otra consonante, la elle. Este sonido se produce al apoyar la parte central de la lengua curvada en el centro del paladar, mientras se deja pasar el aire por los lados que configura esa barrera, en una ligera implosión. Ese sonido es el de las palabras ‘calle’, ‘lluvia’ y ‘cuello’. Existen diferencias importantes en la pronunciación de esta consonante, dependiendo de las diversas zonas dialectales. También existe un uso bastante extendido de pronunciar igual la elle y la y griega. A este fenómeno se le llama yeísmo. En catalán existe la posibilidad de escribir l.l, para representar el sonido de dos eles, que a pesar de estar juntas cada una pertenece a una sílaba distinta, como en la palabra il.luminació; a este diágrafo se le llama ele geminada.

M, decimotercera letra del alfabeto español. Su nombre es eme. Procede del latín que la tomó de la letra griega mu, y que a su vez tuvo su origen en un jeroglífico egipcio que representaba un búho.
El sonido de la m se emite impidiendo la salida del aire por la boca con los labios, abriendo el velo del paladar para dar resonancia nasal y poniendo en vibración las cuerdas vocales; por lo tanto, la corriente de aire se emite por la nariz y el sonido recibe así una resonancia nasal. Este sonido es el de la m en ‘mamá’, o ‘cambio’. Ante los sonidos p y b, como en ‘hombre’ o ‘campo’ tiene un sonido próximo a la n. Pasa a pronunciarse como n en final de palabras como en ‘álbum’ y ‘ultimátum’. No se pronuncia en el grupo mn cuando es inicial de palabra, como en ‘mnemotécnico’.

N, decimocuarta letra del alfabeto español que procede del latín y que a su vez viene de una letra griega. Su nombre es ene. Los griegos la llamaron nu, por su denominación semítica y fenicia nun, que significa 'pez', tomada de la representación de una línea de agua en un jeroglífico egipcio.
El sonido de esta letra se emite a través de la nariz, con la vibración de las cuerdas vocales, en tanto que la lengua, apoyada en los alvéolos, impide el paso del aire por la boca. Así se pronuncia la n de 'nena' o la de 'son'. Existe una n dental producida por la posición de la lengua en contacto con la parte posterior de los dientes, cuando va delante de t, o de d, como en las palabras 'antes' y 'andar', aunque es más clara en francés. Se pronuncia como m cuando va junto a v, como en la palabra 'envidia'. Apenas tiene sonido o lo tiene muy relajado cuando va junto a m en el grupo nm, como en la palabra 'inmenso'.

Ñ, decimoquinta letra del alfabeto español. Su nombre es eñe y sólo se usa en español. Su forma procede de la consonante n. La tilde que lleva en la parte superior tiene su origen en la escritura de los copistas medievales, que la emplearon desde el siglo XII como signo escrito sobre una letra y que significaba carácter repetido, es decir, ñ = nn, õ =oo. Dos siglos más tarde este uso quedó restringido para la letra n, e incluso podía sustituir a una y o una m. En el siglo XV, Antonio de Nebrija identificaba esta letra y su sonido como elementos autóctonos en el castellano, por no tener precedente ni en griego, ni en latín, ni en árabe.
El sonido de la ñ es el de palabras ñu, caña, ñora, ñandú, y puño. En otras lenguas romances peninsulares este sonido se representa mediante otros dígrafos (dos grafías): en catalán se hace con las letras ny, en portugués con nh, mientras que en gallego se usa la grafía del castellano ñ, aunque en los últimos diez años existe una vacilación entre la grafía ñ y la portuguesa nh. En otras lenguas románicas, como el francés o el italiano, es el dígrafo gn el que representa el mismo sonido.

O, decimosexta letra del alfabeto español y cuarta vocal de éste y de muchos otros alfabetos de las lenguas de origen europeo. En principio era un signo fenicio que representaba un sonido gutural aspirado. Los griegos adoptaron este signo para representar la omicron, o breve, y añadieron un signo distinto para representar la o larga, la omega. En el alfabeto latino se incorporó una única letra para los dos sonidos. La letra o del español suele tener como origen más frecuente el de una o, el de una u o el diptongo au del latín; las palabras españolas hoja, lobo, pobre, proceden de las latinas folia, lupum, pauperem. La o del español no tiene diferencias apreciables en su pronunciación y el sonido o sólo puede representarse mediante esta letra. En otras lenguas romances el sonido o puede recibir la grafía au.

P, decimoséptima letra del alfabeto español, que procede del latín como adaptación de la letra griega pi, que a su vez tuvo su origen inicial en un jeroglífico egipcio. Su nombre es pe.
En español la consonante p no presenta diferencias notables en su pronunciación; fonéticamente se describe como una consonante oclusiva, sorda, que tiene el mismo punto de articulación de la b, porque es bilabial. En las palabras españolas que son préstamos de otras lenguas el sonido p en posición inicial corresponde a otra p originaria, como ‘pala’ del latín ‘pala’, ‘paradigma’ del griego paradeigma, ‘patata’ que se tomó de América, y ‘papaya’, palabra de origen filipino. Es muda cuando va en posición inicial en los grupos ps y pn como en ‘psicólogo’, ‘pneumólogo’. La Real Academia Española permite incluso su desaparición de los escritos y así se ha generalizado en el grupo pn, pero existe una mayor resistencia a borrar la p del grupo ps. En español no existe la combinación ph para representar el sonido f, cosa que sí sucede en las demás lenguas romances, y sólo se admite este dígrafo en el caso de algunas marcas comerciales.

Q, decimoctava letra del alfabeto español, procedente, a través del latín y del griego, de la letra fenicia qoph, que a su vez se desarrolló desde un jeroglífico egipcio. En las lenguas semíticas, la qoph representa un sonido explosivo, y muy diferente de la menos enérgica consonante griega.
En las lenguas románicas y en otras lenguas modernas, siempre va delante de la letra u excepto en las transcripciones de la semítica qoph, como en la palabra ‘Iraq’, de donde procede el gentilicio ‘iraquí’, aunque en el español escrito, como en otras lenguas, se vacila entre Iraq e Irak. En castellano la letra se llama cu, y como en el resto de las lenguas procedentes del latín, sólo se utiliza acompañada de la u muda con las vocales e, i, como en las palabras ‘queso’, ‘pequeño’, ‘quien’ y ‘mantequilla’. Tiene el mismo sonido consonante que la c ante la a, la o y la u.

R, decimonovena letra del alfabeto español. Su nombre es erre. La R mayúscula o capital en su forma moderna apareció primero en el alfabeto romano como adaptación de la letra griega ro. Este carácter griego correspondía al fenicio resh, que a su vez se originó en un jeroglífico egipcio.
La letra r presenta una gran variedad de sonidos, según la lengua que la utilice. Los más frecuentes son, el de una consonante vibrante como la r del español y del italiano, y el de una consonante uvular r, como la del francés de ‘París’. En varias lenguas, incluyendo el sánscrito, el checo y el servocroata, la r se utiliza como vocal y como consonante: por ejemplo Trst por ‘Trieste’.
El sonido r del español se pronuncia de varias maneras; dependiendo de su posición dentro de una palabra, puede hacer vibrar la lengua una o dos veces, como en las palabras ‘caro’,’roca’, ‘croar’, ‘enredar’ y ‘drama’. También existen variedades en la pronunciación de la r dependiendo de la norma de pronunciación que exista en los diversos países que hablan español; ello explica que la pronunciación de la r como l sea la norma en Puerto Rico y resulte inaceptable en la norma de México, o que la r de Bolivia y algunas zonas de Perú y Chile no se produzca en Venezuela o Andalucía. En la escritura se escribe una sola letra cuando reproduce una sola vibración dentro de una palabra (Caracas); cuando reproduce dos o más vibraciones se escribe una sola erre en posición inicial, y cuando lleva delante o detrás otra consonante, ‘Roma’, ‘amor’, ‘Cárdenas’, ‘Andrés’. El sonido vibrante múltiple se escribe con un dígrafo rr, erre doble, cuando está en el interior de una palabra y se encuentra en posición intervocálica, ‘perro’.

S, vigésima letra del alfabeto español. Apareció en su forma moderna por primera vez en el alfabeto romano, como equivalente de la letra griega sigma, que procedía originariamente de un carácter hierático egipcio basado en un jeroglífico que representaba un jardín inundado.
El sonido s, técnicamente conocido como consonante sibilante, puede ser sordo y sonoro. En español la letra s representa el sonido de una consonante sorda con dos variedades básicas de pronunciación: una se produce al colocar el ápice de la lengua casi apoyado en el alvéolo, dejando paso al aire que sale rozando y sin vibrar las cuerdas vocales. Recibe el nombre de s apicoalveolar, por la posición de la lengua. Es la predominante en España y algunas zonas de América. La otra variedad, llamada predorsal, se pronuncia al colocar el dorso de la lengua ligeramente curvado, casi apoyado en la parte posterior de los incisivos, que deja paso al aire por ese conducto. Este sonido es el más frecuente entre los hispanohablantes dado que existe mayoritariamente en el español americano y en algunas zonas de España. La letra s puede recibir el valor fonético de z cuando hay ceceo por razones dialectales, como en Andalucía. Existe una s sonora en español cuando está en contacto con otra consonante sonora, como en desde. En otras lenguas la letra s recibe otros valores fonéticos, así en inglés y en portugués puede sonar como sh, en palabras como sure y portugués.

T, vigésima primera letra del alfabeto español. Su nombre es te. Se deriva de un carácter romano del mismo nombre, que se tomó de la letra griega tau. Procede de taw, última letra del alfabeto fenicio que representa una cruz o marca de pertenencia. Ésta a su vez tiene su origen en un jeroglífico egipcio.
La letra t representa el sonido que se produce al chocar el paso del aire con la punta de la lengua, que está apoyada en la parte interior de los dientes mientras permanecen inactivas las cuerdas vocales. La consonante t presenta escasas variaciones dentro del español. Existe una pronunciación parecida a la del inglés americano en el español de Chile.

U, vigésima segunda letra del alfabeto español y última de sus vocales. Su nombre es u. El alfabeto semítico terminaba en t, pero ahora va delante de otras cuatro nuevas letras, u, v, w, y y, desarrolladas en diferentes épocas a partir de la semítica vau. La letra vau tiene su origen en un jeroglífico egipcio. A partir del símbolo fenicio, que tenía una forma intermedia entre f y y, los griegos produjeron dos caracteres,la digamma, que pervive como nuestra actual letra f, y la upsilon, que tuvo el valor de la u y se pronunciaba en griego clásico como la u del francés moderno, en tanto que el sonido de la vocal española u se representaba con el diptongo ou, también como en el francés moderno. La forma v llegó a Roma, donde representó un sonido u como la u actual del español.

V, vigésima tercera letra del alfabeto español. Su nombre es uve. La forma de la letra mayúscula apareció primero en latín, que la había adaptado de la letra griega upsilon. A su vez, ésta procedía de un jeroglífico egipcio. En castellano las letras u y v se usaron indistintamente al menos hasta el siglo XVII.
En español moderno no existe diferencia entre el sonido de la letra v y el de la letra b, excepto en algunos países de América Latina y en las zonas bilingües de Cataluña, Baleares y Valencia, donde se hereda la pronunciación autónoma de v como consonante que suena al presionar el labio inferior contra los dientes superiores y expulsar el aire por la boca mientras vibran las cuerdas vocales.


W, vigésima cuarta letra del alfabeto español. Su nombre es uve doble o doble u. Este signo es más la unión de dos caracteres que una letra propiamente dicha. En español esta letra no se utiliza más que en palabras procedentes de otras lenguas. Si son préstamos de voces tomadas de los godos o del alemán, se pronuncia como una v, como en las palabras ‘Wamba’, ‘Wagner’, ‘Westfalia’. Si son préstamos del inglés moderno, tiene un sonido de u semiconsonante, como en ‘Washington’.


X, vigésima quinta letra del alfabeto español. Se llama equis. Su forma, valor fonético y nombre proceden del latín, a través del griego, y en última instancia de un jeroglífico egipcio.
La letra x representa una consonante compuesta de un sonido g sonoro o k sordo seguido de otro sonido s, que si la pronunciación es cuidadosa suena como ‘examen’ y ‘éxito’. Si va seguida de una consonante, su sonido se reduce al de una s como en ‘excepto’ aunque en algunos países americanos sigue pronunciándose cs. En el español antiguo representó un único sonido semejante al de la sh del inglés o la ch del francés; este sonido evolucionó luego hasta hacerse j. En las palabras de origen náhuatl, la equis puede pronunciarse como s, Xochimilco o Xóchitl; como j, México o Oaxaca; y sh, xocoyote o mixiote. En la actualidad las palabras que se escriben con una x inicial proceden del griego, como ‘xeroftalmia’.

Y, vigésima sexta letra del alfabeto español. Procede de la transliteración romana de la letra griega upsilon (u). Su nombre es i griega.
En la lengua actual la y representa dos valores fonéticos, uno vocálico, i, y otro consonántico sonoro palatal,ye. Este valor fonético coincide con el que representa la letra elle y se da en países de América y en algunas zonas de España. La confusión de los dos sonidos recibe el nombre de yeísmo. Hay una variación importante en la pronunciación de la y como consonante palatal, que procede del español antiguo. Se emite poniendo el dorso de la lengua en contacto con el paladar duro y haciendo vibrar las cuerdas vocales. Coincide con el sonido actual de la j en inglés o francés y sólo se conserva en algunas regiones centrales de España. En Uruguay y Argentina existe otra variación, una vibración especial, que recuerda el sonido ch. Como vocal, su uso se remonta a la edad media, cuando los copistas se habituaron a sustituir y por i. La letra y tiene un valor fonético i cuando va antes de una pausa, y en posición final, como en Monterrey, cuando la conjunción y va entre dos palabras de las que la primera termina en consonante, y la otra empieza también por consonante, como en el grupo ‘mujeres y niños’. Cuando está en contacto con una vocal suele tener valor de semivocal como en ‘vecino y amigo’.

Z, vigésima séptima y última letra del alfabeto español. Su nombre es zeda o zeta. Proviene del alfabeto romano que la derivó de una letra griega, la cual tenía su origen en un jeroglífico egipcio.
El sonido habitual de la z aparece en palabras como ‘zafiro’, ‘pozo’ y ‘feliz’. Se pronuncia como la c ante e, i, pero la zeda conserva su sonido ante todas las vocales. La consonante z se produce al apoyar la punta de la lengua entre los dientes, dejando pasar el aire por este obstáculo con un rozamiento y sin hacer vibrar las cuerdas vocales. Esta pronunciación es propia de España. Existe otra variedad del sonido que sitúa la lengua doblada en el paladar duro y la pronuncia como s.

Esta pronunciación es la correcta en Andalucía, Canarias y en casi toda la América hispanohablante.